Cada momento especial de la historia, como el que todavía tenemos que soportar, facilita el surgimiento o la debacle de personas y personajes que en tiempos normales por lo general no llaman mayormente la atención. Son, como usted o como yo, individuos comunes y corrientes, artistas y campeones del bajo perfil.
Desde que se anunció que en un gran urbe china había aparecido un virus muy temible, que podía diseminarse por todas partes y que tenía potencial para llegar a ser una amenaza para toda la humanidad, comenzaron a sonar alarmas de todo tono y, tras ellas, las imágenes de los encargados de hacerlas sonar.
Wuhan se llama la ciudad donde emergió el bicho maldito y aunque al comienzo se veía como un problema lejano, propio de las exóticas costumbres culinarias orientales, muy pocos días fueron necesarios para que todos comprendiéramos que estábamos metidos en un forro de dimensiones planetarias. Para agravar más el lío, los científicos del ancho mundo se sinceraron al revelar que no había vacuna ni tratamiento eficaz contra el monstruo con pinta de erizo diabólico.
El resto de la historia es muy conocido como para repetirlo.
A lo que vamos es que la pandemia, junto con el terror universal que despertó, dio paso al surgimiento de héroes y villanos.
Investigadores, médicos, personal de salud de todos los niveles, encabezaron a los primeros. Su trabajo permitió salvar y prolongar vidas, crear vacunas, enseñar a la población a cuidarse e influir sobre las autoridades hasta llevarlas a implementar políticas sanitarias, que, con mayor o menor éxito y dependiendo de cada sociedad permiten que al inicio de octubre ya haya más luz al final del túnel, sin que esto signifique que el partido ya esté ganado.
Ha habido otros héroes menos visibles, pero igualmente imprescindibles. Usted los ha visto, en prácticamente todas las actividades, como colaboradores de sus vecinos o como silenciosos sobrevivientes, al bicho propiamente tal, o a las variopintas catástrofes económicas.
Fueron muchos los rubros que debieron tomar vacaciones por la razón o la fuerza y que recién en las últimas semanas han vuelto a subir las cortinas.
En el espacio de los villanos, no nos vamos a detener en los delincuentes que han cometido todas las tropelías posibles, desde los asaltos a adultos mayores, las encerronas a mujeres solas, los robos en lugares habitados que han terminado con víctimas fatales y ni siquiera nos vamos a referir al narcotráfico y sus múltiples implicancias, porque ellos ya tienen suficiente espacio y minutos en los noticiarios y los matinales televisivos.
Tampoco nos vamos a detener en los señores políticos, porque al final de cuentas están demasiado ocupados en posibilitar retiros y, de paso, o por pura casualidad, en conquistar adherentes ya que falta poquito para las elecciones.
No. No son ellos nuestros villanos invitados. Por el momento nos interesan exclusivamente los mandadores de parte. Mejor dicho, son villanitos o aprendices de aquellos.
Son aquellos que tuvieron sus 15 minutos de gloria cuando de repente se encontraron con que tenían algún grado de autoridad para darle orden a la desesperación ciudadana para ocupar espacios de acceso restringido por la pandemia, para dar la entrada o la salida de diversos establecimientos o para recibir o entregar encargos.
No son más que personajes llamativos, sobre todo porque se les nota demasiado de que están disfrutando del instante soñado. En todo caso, la mayoría de ellos son inofensivos. Solo Molestos. Dolorosamente para su causa, “this is the end”, como cantaba Jim Morrison o “se acabó tu cuarto de hora, adiós y que te vaya bien”, como lo hacía el médico y tanguero Alberto Castillo.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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