Opinión

Chile, ¿país de inmigrantes?

Por Pablo Santiesteban / 28 de octubre de 2021
Columna de opinión del periodista Víctor Pineda Riveros.
Atención: esta noticia fue publicada hace más de 3 años

Me encuentro, con cierta sorpresa, que no existe una definición tajante para definir a un migrante. Naciones Unidas considera como tal a “alguien que ha residido en un país extranjero durante más de un año independientemente de las causas de su traslado, voluntario o involuntario, o de los medios utilizados, legales u otros”.

Como en los últimos meses el tema ha cobrado gran relevancia en Chile, especialmente en el extremo norte, donde se registra casi la totalidad de la llegada de ciudadanos provenientes de otros países del continente, de manera irregular o derechamente ilegal, vale la pena detenerse un poco para revisar lo que ha significado la llegada de homo sapiens y no tan sapiens desde más allá de los desiertos, las altas cumbres, el ancho mar y los hielos que hoy se ven amenazados, aunque en alguna época remota parecían ser capaces de llenar todos los vasos de whisky del planeta.

Como no podemos determinar de manera fehaciente de dónde llegaron los primeros pobladores de nuestro territorio, comencemos con el inesperado arribo de los hombres de barba clara, casco puntiagudo, con la espada en la mano derecha y la Biblia en la izquierda.

Eran pocos, pero como estaban tan convencidos de que aquí había más oro que en Fort Knox o en la cuenta bancaria de los citados en Pandora Papers, se propusieron quedarse a cualquier costo. Les costó algún sacrificio y al final, ellos y sus descendientes, se quedaron con todo. El resultado está a la vista y aunque a algunos no les guste, prácticamente el global de la nacionalidad recibió alguna herencia genética, el idioma, el nombre y algo más de ellos. Claro que como había menos oro que el imaginado, solo alcanzó para unos pocos.

Más tarde, el país, necesitado de gente que quisiera hallar el asilo contra la opresión (huelasilo contra la opresión, como canta la mayoría), abrió sus brazos a inmigrantes de otros puntos de la vieja y querida Europa. Ellos venían con ganas de trabajar y aunque lo que encontraron no se parecía tanto a la imagen paradisíaca que les pintaron los agentes chilenos, porque todavía nadie se había preocupado de fundar Pucón, Valdivia o Puerto Varas, igual optaron por plantar sus raíces y lentamente comenzaron a fundirse con el resto de la población, a ocupar puestos en todos los ámbitos del quehacer nacional, incluyendo el rol de autoridades. Más adelante volveremos a ocuparnos de ellos.

Para no hacer de estas líneas otro chiste largo tipo Profesor Rossa, vamos a saltar directamente a lo que ha ocurrido en las últimas décadas, cuando Chile volvió a presentarse ante los ojos de los vecinos como un Súper 8, dulce y alcanzable, sin oro, pero con posibilidades para trabajar y juntar algunos dólares para enviarlos a la familia lejana, hasta llegar a esta dura realidad de hoy, con gente que se enfrenta para respaldar o rechazar la presencia de los que quieren llegar lo más lejos posible del megalómano Maduro y sus desastre a la caribeña.

No se puede negar que hay de todo entre estos recién llegados, desde gente muy valiosa hasta personas que han ocupado las páginas policiales con fechorías mayormente relacionadas con el narcotráfico o el horrible sicariato, práctica que parecía impensable en el inocente Chile de hace unos cuantos años. También hay que aclarar que no todos estos inmigrantes proceden de Venezuela.

Finalmente, quiero referirme a un fenómeno que poco se menciona, pero que no deja de llamar la atención y que tiene que ver con la presencia de descendientes de inmigrantes en La Moneda o sus cercanías. Este aspecto de la historia se inició hace poco más de un siglo.

Hasta 1920, con la excepción del hijo de irlandés Bernardo O’Higgins, la República de Chile fue invariablemente gobernada por representantes de aristocracia castellano-vasca.

La regla de oro fue rota ese año, cuando aparece un apellido italiano, Alessandri, el de don Arturo, el que definió a La Moneda como la Casa donde tanto se Sufre y quien se repitió los spaguetti en 1932. 

En 1958 fue su hijo Jorge el que quitó el sillón a los criollos, pero luego viene lo más contundente con la aparición de apellidos no españoles en el gobierno. El suizo Frei, el alemán Gossens (materno del Presidente Allende), el francés Pinochet, el galés Aylwin, otra vez el suizo Frei y, con el criollo Lagos de por medio, el francés Bachelet.

¿Y quién sucederá a Sebastián Piñera?

Entre los postulantes a suceder al actual mandatario hay varios candidatos y candidata que podrían seguir con la tendencia de las últimas décadas, por tener un apellido no hispano. A saber, Boric es croata, Kast y Sichel son alemanes, Provoste es francés (oui, oui, oulalá, ese no se lo esperaban) y Enríquez-Ominami es japonés en su segunda parte. Los únicos que son españoles son Parisi, que aunque parece italiano es catalán-aragonés y Artés, que es valenciano.

Cosas del fútbol, diría un pelotero. Cosas de la política chilena, decimos nosotros, seguramente hijos de inmigrantes también.

 

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