Ojalá que el fútbol logre reivindicar, hasta dónde pueda, este vergonzoso arreglín que es el Campeonato Mundial de Fútbol Catar (así, con C, como manda nuestro idioma) 2022.
Ojalá que los Messi, Mbappé, Neymar y compañía jueguen mejor que nunca y que el equipo se ciña la corona pasa a la historia como un intachable y notable conjunto de hombres habilidosos, disciplinados y correctos.
Que los arbitrajes no siembren sombras de dudas en torno a su honestidad y competencia, que el público se haga notar por un sincero entusiasmo y que los dirigentes brillen por su discreción y bajo perfil. Idealmente, por su ausencia.
Ojalá que durante los días que dure la competición sirvan para despertar progresos en el trato hacia las mujeres y hacia todos los que no figuren en las castas privilegiadas que dominan esa sociedad, y que los que tengan que trabajar en las diversas tareas que implica un certamen de esta magnitud logren, por lo menos, una adecuada recompensa social y monetaria.
En el momento mismo que la imperdonable Fifa anunció que el Mundial correspondiente a este año se realizaría en terreno catarí, surgieron los cuestionamientos.
¡Como se le entregaba un Mundial a un país sin una mínima tradición futbolística, que jamás ha lanzado un equipo o una figura medianamente destacada, y que tiene tanta pasión por el deporte que una vez finalizado el campeonato algunos de los estadios levantados para la ocasión serán desmontados y regalados a países con más pasión y menos billetes!
No sería mala idea traer unas cuantas de esas tribunas de oro con diamantes incrustados como base del futuro Estadio Regional de Los Ríos (si es que algún día alguien toma en serio esa iniciativa) o para modernizar el Rubén Marcos de Osorno, por ejemplo.
Deseo dejar constancia de que no sangro por la herida. Que no hablo porque sigo picado con la eliminación de Chile ni porque todas las instancias legales del mundo pelotero nos hayan dado con el mocho del hacha por el caso de Byron Castillo.
Chile quedó bien eliminado en la cancha y los reclamos posteriores contra Ecuador no fueron más que un canto de cisne, pensando en el vil dinero, porque se pierde mucha plata cuando queda afuera, en el lote de los malos.
Es mejor que lo miremos por televisión. ¿Qué íbamos a hacer en un Mundial si no le hacemos un gol ni al Deportivo Brasil de Putaendo, una legendaria “institución” que jugó en Tercera División entre 2005 y 2006? Este último año disputó 24 partidos, no ganó ni empató, anotó 19 goles (algo es algo) y recibió ¡182! Lo pedían prestado para mejorar la diferencia de goles. Más encima, por ahí tuvo que cruzarse con otra leyenda nacional, el Tricolor de Paine.
Fue en partidos de ida y vuelta y los ases de la sandía se impusieron en ambos cotejos. Desde ese momento sus huestes exigen que se olviden de la célebre frase “estos no le ganan ni al Tricolor de Paine”. Algún día les voy a contar de dónde salió tan cruel sentencia.
Ahora, volvamos al mundial que nos interesa. Dawlat Qatar es el nombre oficial del país anfitrión, que debemos traducir como Estado de Qatar. Es una monarquía absoluta, bien absoluta, en realidad, que posee un territorio de 11.586 kilómetros cuadrados y una población de dos millones 650 mil habitantes. A modo de referencia, Ñuble, la región más pequeña de Chile, tiene 13.178 kilómetros cuadrados.
La diferencia está en el subsuelo, ya que mientras en Chillán y sus alrededores solo producen un rico vino y otras menudencias, en Catar hacen un hoyo y salta gas natural en tal cantidad que el país tiene el mayor ingreso per cápita del mundo mundial.
Tanto billete permitió al emir y sus amigos peloteros darse el gusto de llevarse un mundial de fútbol, aunque su equipo es tan malito que no fue capaz de ganarle ni un amistoso a nuestra devaluada Roja.
Si Ud. tiene pensado en ir a dar una vuelta por allá aprovechando que la ausencia del mohicano de Vidal le va a permitir disfrutar de los partidos con absoluta tranquilidad, sin sufrir un infarto cuando nuestros matadores lleguen cerca de arco rival, rematen y boten una pantalla led de cinco mil pulgadas o le den en la cabeza a una de las esposas de un príncipe, piénselo bien, porque el viaje no es nada barato.
Va a haber un trato especial para los extranjeros, sobre todo porque los locales, que en un 80% son musulmanes, es decir, no bebedores, saben que si llegan mamitas como los hinchas ingleses, alemanes, franceses, brasileños, españoles, yanquis, mexicanos o argentinos, va a ser imposible cerrar todos los bares, picadas y cuchitriles donde estos caballeros querrán reponer la saliva gastada en el estadio alentando a sus astros favoritos.
Como dato recién llegado desde allá, nos informan que un shop de medio cuesta doce lucas. Así va a ser difícil catar mucho. Además, no hay que hacerse el exquisito en cuanto a marcas, porque solo se expenderá cerveza de la marca auspiciadora del magno evento. Es una que empieza con B y sigue con u y d.
Por los estadios solo preocúpese de ensayar mucho para abrir la boca, porque los ocho son lo mejor que pueden construir los petrodólares. Cual de todos más bello, lujoso, cómodo. Algunos parecen torta de cumpleaños, otros semejan carpas beduinas y más de alguno parece un estadio de fútbol.
Como hace un calor infernal, el aire acondicionado será fundamental, pero si falla, cada espectador tendrá a su lado una odalisca o un guerrero con un plumero de este porte, para que no le falte en vientecito.
Bueno, es el poder del dinero el que hace posible este singular campeonato. Imposible resulta hacer la comparación con la modestia de mundiales como el nuestro, de 1962, cuando lo único que importaba era ver los partidos lo mejor posible.
Ya se sabe que varios importantes artistas han rechazado la posibilidad de actuar en Catar, atendiendo a razones éticas y como crítica a las desigualdades e inequidades en que se desarrolla la vida en el lugar.
Por eso, como decíamos al principio, ojalá que los artistas del balón reivindiquen la naturaleza del juego y, aunque ellos también ganan mucho dinero, dejen lo mejor de sus capacidades en las canchas.
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