“Estábamos asustados, pensábamos que se iba a venir la cordillera abajo”, dice Mario Delgado, quien de joven vivió en el sector de Las Quemas, al norte del sector urbano de Futrono, muy cerca de la montaña.
“Era tanto el ruido donde se venía todo abajo, botaba árboles, los arrancaba de raíz y eran árboles gigantes”, agrega Enedina Ortiz, cuya casa fue arrasada por el aluvión.
“Se perdió todo, todo, mi mamá tenía ovejas, animales, criaba mucho, herencia del abuelo, y se perdió todo”, es el recuerdo que tiene Alicia Catalán, del día que debieron dejar su casa y todas sus posesiones.
Cuando yo era niño en la década de los 80 recuerdo que los muchachos más grandes, en época de las nalcas solían enfilar los fines de semana hacia el cerro por el camino que hoy es Los Castaños, para volver por la tarde con su cargamento de tallos comestibles ¿de dónde los traían? De la Corrida de Las Quemas.
Se solía llamar corrida a un deslizamiento de terreno, un aluvión, es decir un flujo de barro y/o detrito (fragmentos de roca) con poder destructivo que baja desde terrenos altos. Eso fue lo que ocurrió en la zona de Las Quemas, cuando la montaña herida se fue abajo arrasando con todo, aunque providencialmente no cobró ninguna vida humana.
Hoy se aprecia una rocosa cicatriz blanca en el azul de la cordillera a la distancia, visible al salir de la ciudad de Futrono en la ruta hacia Nontuelá, el recordatorio de un evento natural que hoy muy pocos recuerdan después de medio siglo.
Entre los testigos consultados no concuerdan sobre la fecha exacta en que este fenómeno socio-natural ocurrió, sin embargo, Mario Delgado afirma muy seguro que todo el sector de Las Quemas cambió en forma violenta la tarde del 2 de agosto de 1972.
Alicia Catalán Aguilar, hoy de 72 años, en su domicilio de calle O´Higgins comparte sus recuerdos familiares y retrocede hasta llegar a su abuelo, Hipólito Aguilar, quien falleció alrededor de 1970 a la longeva edad de 120 años, es decir, debe haber nacido hacia 1850.
Hipólito Aguilar peleó en la Guerra del Pacífico y, según lo que relatan sus descendientes, debe haber llegado a la zona de Las Quemas a fines del siglo XIX o principios del siglo XX, ya que, como veterano de guerra, el gobierno de la época le cedió esos terrenos por haber servido a la patria. “Toda esa cordillera era de mi abuelo”, dice Alicia Catalán.
En Las Quemas, Hipólito se volvió el patriarca de una gran familia y consolidó un emprendimiento forestal, además de productor de ganado vacuno y caballar, dejando su montañosa propiedad en herencia a sus hijos e hijas, una vida familiar que se truncó esa angustiante jornada de 1972.
Antes del desastre hubo señales que indicaban que algo no estaba bien en el entorno, como rememora Mario Delgado, indicando que el río Correntoso, que baja desde la montaña y pasa por Las Quemas, se alteró.
“Antes de la corrida comenzó a correr el agua sucia y los salmones andaban encimita, parece que no veían porque era muy espeso, la gente sacaba cualquier salmón, y mi papá decía: esto va a ser hambruna o alguna cosa va a pasar”, describe.
Sin embargo, hubo un hombre que dio la alerta de lo que iba a ocurrir. Enedina Ortiz relata que ese hombre se llamaba Aníbal Carrillo, gran conocedor de esas montañas que recorría desde hacía muchos años, y precisamente en uno de esos recorridos se dio cuenta de lo que estaba por acontecer.
“Llegó corriendo a caballo y le dijo a mi papá “don Oscarito váyase altiro a sacar su gente porque esto se va a largar”, porque el año no sé cuánto pasó lo mismo”. Enedina Ortiz con ello da cuenta que en años anteriores hubo, a lo menos, un aluvión en el sector, aunque seguro de menor magnitud.
“Estábamos con mi mamita en la casa y mi papá llegó desesperado, muy desesperado. ¡Vieja tienen que salir, se viene una cosa muy grande, la cordillera está sonando!”, dice Enedina, añadiendo que enseguida la familia se dirigió hasta la propiedad de Marcedonio Monsalve buscando resguardarse del aluvión, mientras un ruido de terror marcaba su avance incontenible, derribando árboles centenarios, quebrando rocas, arrastrando agua y arena en escalofriante caos.
Mario Delgado fue testigo del avance del terreno montaña abajo, tranquilo hasta cierto punto, ya que la propiedad donde vivía su familia era alta y no sufriría el destino de otras viviendas que quedaron bajo arena, lodo y agua. Afirma que, al contrario de lo que se piensa, el aluvión avanzaba a una velocidad más bien lenta, aunque imparable.
“Eso se vino por todo el cañadón del río, y se vino despacito, vimos un piño de caballos que venía arrancando de eso”, relata. “Daba lástima ver a las ovejitas que quedaron aplastadas, esas fueron las primeras”.
El terreno estaba totalmente perturbado, el río Correntoso en forma natural buscaba su cauce. “El río hacía unos cortes en las pampas, de unos cinco metros para abajo, se llenaba ahí y cambiaba a otro lado”.
“Todas esas pampas que se ven ahora las cubrió, donde ahora está la población, pura arena, antes por ahí pasada el río Correntoso por en medio y ahora pasa por atrás”, indicando que el curso de agua cambió.
Vio también cómo las viviendas fueron arrasadas, una tras otra sin la más mínima posibilidad de hacer algo.
“Las casas donde vivían los Catalán era de dos pisos, y el primer piso quedó debajo, igual la casa de don Segundo Gaete era de dos pisos, esas casas quedaron...se veía el puro segundo piso”, así también fueron alcanzadas las casas de Oscar Ortiz y Marcedonio Monsalve.
Enedina Ortiz detalla con más claridad las casas y propiedades afectadas, que quedaron bajo un manto de material de alrededor de dos metros de espesor.
“Los terrenos que tapó fueron la sucesión Rosales arriba, un pedazo del terreno que ya estaba dividido de la señora Aldina Rosales, parte de lo de don Orlando Rosales que ya era de don Marcedonio Monsalve, ahí después estaba la señora Tomasa Aguilar y Otilio Aguilar, por supuesto Óscar Ortiz que era mi papá, tomó también parte de lo de don Octavio Heufemann, el papá de Tabito”, indica.
“Las casas quedaron tapadas de pura arena, eso venía igual como si hubiera reventado un volcán, fue terrible”, dice Alicia Catalán graficando la impactante experiencia de haber atestiguado tal desastre.
La noticia obviamente llegó rápido a cada rincón de Futrono, y fueron muchos los curiosos que enfilaron hacia Las Quemas para presenciar el escenario que había dejado la corrida, por supuesto el municipio de la época, encabezado por el alcalde Francisco Dubreuil, ya había tomado acciones.
“Iba cualquier gente para arriba a ver, por Pumol, y llegaban al cañadón donde vivía don Delfín Morales, y ahí los pararon los carabineros porque tenían miedo de que se fuera a mandar la mitad de la cordillera por el otro lado”, aclara Mario Delgado.
Así también, los carabineros se encargaron de alejar del lugar a los propietarios que habían quedado damnificados, ya que como siempre ocurre en medio de eventos catastróficos, las personas en un primer impulso se niegan a abandonar sus propiedades.
“Los carabineros fueron a sacar a la gente, porque la gente así como así no quiere dejar sus cosas, pero nunca pensaron que la corrida iba a tapar todo, llevaban algunas ropitas, pero lo demás lo perdieron todo”, dice Mario Delgado.
Los testigos añaden que posteriormente a algunas familias damnificadas las albergaron en la Escuela Nº71, actual Colegio J.M. Balmaceda, y tiempo después les entregaron una mediagua de emergencia, ubicándolos temporalmente cerca de donde hoy se emplaza la Tenencia de Carabineros.
Otra consecuencia del aluvión fue que destruyó la toma de agua que originalmente abastecía de agua potable a Futrono, razón por la que el sector urbano quedó sin suministro durante varias semanas. Después se construyó la toma que existe hasta la fecha.
De eso ya pasaron 50 años, pero tal como en un momento Aníbal Carrillo comentó que alguna vez antes de 1972 ya se había producido un aluvión en el sector, tiempo después se produjo otro, tal como lo relata Alicia Catalán.
“Después mi hermano se volvió a vivir arriba, él se hizo una casa. “Yo me voy para arriba” me dijo un día, ya poh ándate para arriba le dije, porque él andaba arrendando. Estaría un año cuando se vino la otra corrida, igual perdió todo de nuevo”.
Al pasar los años el sector volvió a ser habitado, y sobre el extenso arenal que dejó el aluvión hoy existe un conjunto de viviendas al que llaman La Población, así también más al interior se levantó un emprendimiento turístico. La pregunta es ¿Qué nivel de seguridad tenemos hoy de que un desastre similar no ocurra nuevamente?
Volviendo al 72, a ese evento natural nunca antes visto, los más viejos aferrados a sus creencias y experiencias de vida comenzaron a sentenciar, para intranquilidad de muchos, que aquello no era más que el anuncio de algo aun mayor que prontamente ocurriría.
“El finado Casildo Cárdenas decía, esta cosa va pa mal”, recuerda Mario Delgado. “Viene pa malo estas cosas que pasan así, decía mi papá”, agrega. “Y al año siguiente el Golpe de Estado”, concluye.
Autor: Mario Guarda Rayianque.
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