Salud

El lenguaje secreto de las emociones

9 de marzo de 2025 | 11:58
Ya es hora de darle a las emociones el lugar que merecen, y comenzar a aprender el lenguaje más importante de todos: el que habla nuestro corazón.

A veces tenemos la idea de que la vida sin emociones sería más fácil. Sería fantástico poder evitar el dolor que sentimos luego de una separación o una pérdida, la angustia que sentimos por ejemplo frente a la incertidumbre. Sería una maravilla también no tener más miedo al rechazo. Efectivamente las relaciones y la vida serían más sencillas sin emociones. Todo sería más predecible, más controlado, más estable, pero así también más aburrido.

Ya que, lamentablemente si no queremos sentir dolor, tampoco podríamos sentir placer. Si no queremos sentir más miedo, también nos estaríamos privando de sentir confianza y seguridad. Y lo mismo con la tristeza, si deseamos nunca más sentirnos tristes, lamentablemente implicaría renunciar a nuestras alegrías.

Sin emociones, solo podríamos tomar decisiones desde lo racional. Lo que probablemente es más eficiente, pero sería una vida vacía y aburrida. Vivir se convertiría como andar en un camino perfectamente pavimentado, que no conduce a ningún lugar que valga la pena conocer, sin ningún paisaje atractivo, sin ningún deseo de avanzar. Sin curiosidad, ni desafíos, sin problemas y sin ganas.

Lo maravilloso de nuestra naturaleza humana, es precisamente esa complejidad emocional que nos caracteriza. Una persona totalmente desconectada de sus emociones, es como si fuera un robot, donde no podemos conectar con ella y ella tampoco con nosotros. Este tipo de personas viven la vida sin grandes motivaciones, avanzan simplemente porque hay que hacerlo.

Pero nuestras emociones siempre están con nosotros, fluyendo en nuestro cuerpo y enviandonos mensajes, ya sea a través de esbozar una sonrisa en nuestro rostro como señal de alegría, o lágrimas en los ojos como señal de tristeza.

Lamentablemente no siempre las escuchamos, o no sabemos identificarlas.

El mensaje oculto detrás de cada emoción

Cuando no queremos escuchar las emociones, es como no querer responder a una llamada por teléfono. Podemos no responder una vez, dos veces, tres veces. Pero la persona que nos quiere ubicar, seguirá insistiendo, o tal vez ocupe otras vías para contactarnos, como por ejemplo ir a nuestra casa y tocar el timbre.

Pues bien, algo parecido pasa con las emociones. Uno suele pensar, por ejemplo luego de una muerte violenta o una muerte producto de una negligencia: “ah mejor no pensar en eso, lo único importante, es que la persona que amo ya no está”. Y con eso creemos que la rabia, la frustración y el miedo que hay detrás no lo sentiremos más.

Pero lamentablemente no es así. Esa emoción al no ser sentida, crece cada vez más dentro de nosotros, hasta poder llegar a invadirnos emocionalmente.

El problema es que no nos enseñan a conocer y menos a expresar nuestras emociones. Es tan común ver a padres con sus hijos diciéndoles luego de que se cayeron y están llorando “ no pasó nada, levántate”, o luego de que un niño grita que le digan “no grites, si te enojas así no te voy a dar lo que quieres”. Y peor aún, he visto niñas o niños cantando de alegría y los padres les dicen “ya, compórtate, tranquilízate”.

Todos estas respuestas de los padres hacia la expresión de las emociones de sus hijos e hijas, dan cuenta de un rechazo a su mundo emocional. Es como si a los padres les sobraran las emociones de sus hijos e hijas. Y volvemos a la ilusión inicial, sería más fácil ser padres de hijos sin emociones.

Es curioso, pero desde chicos nos enseñan a identificar colores, formas, letras, nos enseñan a reproducir ruidos de animales, a hablar distintos idiomas. Pero no nos enseñan casi nada acerca de las emociones. Aprendemos a decir “estoy bien” cuando en realidad no lo estamos.

No obstante, las emociones son las que nos guían en la vida.

El amor por ejemplo, nos guía y nos entusiasma para relacionarnos con personas. Gracias al amor, podemos tener relaciones de confianza, respeto y cuidado. Al conectarnos con el amor también podemos cuidar de otras personas y querer que estén bien. Y así estas personas también pueden cuidar de nosotros. El amor nos permite sentirnos parte de un lugar, de una relación, sentir que pertenecemos a un grupo. Sin amor, no podríamos relacionarnos con un interés genuino en las otras personas.

La alegría, es una emoción muy agradable de sentir, que también nos orienta hacia donde deberíamos avanzar en nuestra vida. Ya que nos gusta tanto sentir la alegría, que nuestras metas personales van en función de ella.

Mientras que la tristeza, que es de esas emociones que probablemente preferimos no sentir. Nos permite conectar con las experiencias difíciles y dolorosas de la vida. Si podemos conectar con esta emoción, y permitirnos llorar por ejemplo, podemos ir elaborando el dolor que sentimos. El llorar es una respuesta física natural, que nos ayuda a procesar lo que sentimos y comenzar el proceso de sanación.

Al no querer, poder o dejarnos sentir la tristeza, esta emoción queda en nuestro cuerpo encapsulada, y “llamándonos” como decíamos antes, de distintas formas, a través de sueños recurrentes, o episodios de mucha rabia, o hasta dolor de cabeza o tensión muscular.

Conectar con la tristeza no significa volvernos depresivos, sino simplemente permitirnos sentir el dolor. Es como cuando nos golpeamos en la rodilla, es un dolor que requiere atención. Pero darle atención no significa quedar inválidos, simplemente tal vez es necesario hacer reposo por dos semanas.

Con la tristeza es exactamente lo mismo, gracias a ese “reposo”, de detener un poco la vida, podremos salir más descansados y felices.

Es por eso que antiguamente la personas que estaban en duelo se vestían de negro, como señal de que estaban en un proceso. Cuando uno tiene pena, no puede pensar bien, no se puede concentrar, no está al 100% de sus posibilidades. Por eso es necesario detenerse y sentirla para que vaya disminuyendo.

En cuanto al miedo. Nuestra supervivencia como raza humana se la debemos al miedo, sin miedo, no existiríamos. El miedo es nuestro guardián que nos advierte de los peligros, nos invita a llevar una vida con cautela y precavida.

Por ejemplo, si sentimos miedo al compromiso. Tal vez nuestra primera reacción será “ah es normal, llevas mucho tiempo soltera o soltero, además todos le temen al compromiso, es mucha responsabilidad”. Por lo que nuestra primera reacción es querer silenciarlo. Y luego nos podemos convencer: “todo saldrá bien, el o ella vale la pena”:

Pero, si nos detenemos a escuchar el miedo al compromiso, podemos ver tal vez un mensaje oculto. Tal vez, no es que le tenemos miedo al compromiso, sino que esta sensación de miedo responde más bien, a una inseguridad del vínculo que hemos construido con esta persona. Por lo que el miedo está levantando una alerta de que no hay suficiente amor para dar ese paso. O tal vez sentimos que nosotros al comprometernos podemos dañar la relación, y el miedo al compromiso se basa a un problema de autoestima. En ambos casos, el miedo nos está invitando a pensar con mayor profundidad en esta decisión. Y así se convierte en una herramienta que nos advierte que algo no está siendo totalmente seguro /bueno para nosotros.

Aprendiendo a descifrar el código

Lo primero que debemos hacer para entender a las emociones es simplemente dejarnos sentirlas, sin intentar cambiarlas o evitarlas. Si nuestros padres nos hubiesen permitido sentir las emociones, hoy sería más fácil conocerlas.

La invitación es a validar las emociones, y cuando éstas aparecen, detenernos a pensarlas y escucharlas. “Me siento enojada, qué será lo que me tiene tan molesta?”, o “hoy amanecí triste, qué será?” en vez de “lo que pasa es que yo estoy siempre mañosa, o los días lunes no me gusta levantarme”.

Estas explicaciones simples, lo único que hacen es alejarnos del sentido del porqué la emoción surge.

Debemos escuchar el mensaje que nos vienen a dar, ya que esta es la única forma que tenemos de poder conocernos a nosotros mismos. Y también de poder expresar las emociones de una manera más sana. Ya que si las vamos bloqueando constantemente, éstas se acumulan y aparecen de una forma explosiva.

Ya es hora de darle a las emociones el lugar que merecen, y comenzar a aprender el lenguaje más importante de todos: el que habla nuestro corazón.

Valentina Jofré Pfeil

Psicóloga y Magíster

Fundadora y coordinadora clínica de vayabien

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